Este domingo cuando escuché el evangelio vi un curioso parecido con las comunidades, por esos me he permitido coger un comentario de Jose Antonio Pagola y añadirle unas cosillas, en cursiva, actualizandolo a la realidad del Camino Neocatecumenal.
Recordamos que a José Antonio Pagola no era muy querido en las comunidades, aún recuerdo cuando publicó su magnífica obra "Jesús Aproximación Histórica", que los itinerantes nos decían que se había alejado de la iglesia que había sido influenciado por el mal, y por supuesto que ni se nos ocurriera leerla.
comenzamos.
HAZ TÚ LO MISMO
15 Tiempo ordinario (C) Lucas 10, 25-37
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
07/07/10.- Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un maestro de la ley, que bien puede ser un catecúmeno termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley, de quién se preocupa solo de asistir a las palabras, eucaristías, misas de comunidades, alianzas, garantes, etc.. . Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede excluir de su amor, si los que no son de comunidades los ha de amar también o solo le vasta con los miembros de la comundad. No piensa en los sufrimientos de la gente.
Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, rompiendo con todos los ritos y leyes inútiles que los catequista imponen a los miembros de las comunidades, le responde con un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor al necesitado.
En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos bandidos, no es de comunidades, ni siquiera asiste a misa, solo cree en Dios, pero por malas experiencias con la iglesia no cree en ella. Agredido y despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No sabemos quién es. Sólo que es un «hombre». Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la violencia, la enfermedad, la desgracia o la desesperanza.
«Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote, que podía ser un miembro de un Redemtoris Mater. El texto indica que es por azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no es bajar hasta los heridos que están en las cunetas, ni asistir a los pobres y menos si no son de comunidades. Su lugar es el templo, es la domus, son los catecumenios. Su ocupación, las celebraciones sagradas del camino. Cuando llega a la altura del herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de largo», él solo ha nacido para predicar la palabra de Dios, pero nada de mancharse las manos y menos si no es de comunidades.
Su falta de compasión no es sólo una reacción personal, es lo que le han enseñado en el camino (que su familia solo son los del camino), pues también un levita del templo, que bien podía ser ahora un catequista, férreo al camino, de esos que se levantan a las 6 para rezar en la parroquia con sus hermanos de comunidades, de esos que salen los domingo por la tarde para predicar, de esos que no falta a ninguna celebración, uno que pasa junto al herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y un peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre. Vivir lejos de aquellos que no son de comunidades o que no opinan como ellos.
Cuando la religión no está centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de la vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas, solo le importan los miembros de su comunidad, y se olvida de los demás, no son digno de ellos. Según Jesús, no son los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón, según Jesús, no son los miembros de las comunidades que solo se centran en la predicación y se olvidan de la caridad, las que nos tienen que enseñar quien es nuestro Padre.
Por el camino llega un samaritano, un ateo, un “rojo”. No viene del templo, ni quiere saber nada de el, está escandalizado con los pecados que se han cometido en nombre de Dios, con los abusos a menores que se han ocultado, de aquellas personas que les dicen a las mujeres que deben aguantar que sus maridos les peguen porque es la voluntad de Dios, que deben soportar tener todos los hijos que Dios les mande porque según ellos es la voluntad de Dios. No pertenece siquiera al pueblo elegido de Israel, como le gusta decir a Kiko de los miembros del camino. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o no, no se pregunta si asiste a misa, y menos si es del camino. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a éste a quien hemos de imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú lo mismo».
¿A quién imitaremos al encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis económica de nuestros días?
A aquellos que no son de la iglesia o solo nos dedicamos a las cosas de las comunidadades, a seguir pagando la domus, a construir catecumenios, a pagar viajes millonarios a los catequistas, a seguir costeando los lujos de kiko, etc…
Pero afortunadamente esto no pasa en la realidad sino que los miembros del camino se dedican a la caridad, a asistir a los enfermos, a repartir su dinero con los más pobres.
Ya no dedican su dinero a los catecumenios, ni se pagan esos viajes millonarios, ni hacen grandes regalos a los obispos para que hagan lo que ellos quieren.
Resumiendo que hay más caridad que ley.
¿O no?
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